viernes, 9 de enero de 2009

DEL GRABADO Y SUS PROLONGACIONES

Artículo tomado de la revista DINERS, agosto 2008. Escrito por el Arq. Lenin Oña
DEL GRABADO Y SUS PROLONGACIONES


A ojos de alguna gente los artistas pasan por seres excéntricos, muy probablemente bohemios y controversiales. El Romanticismo ha sido señalado como el culpable de esa dudosa fama, aunque no se pueda negar que sean personajes fuera de lo común. Al fin y al cabo se dedican a ocupaciones prescindibles para la sociedad, dirá el imaginario. Aquí en nuestros lares - no está por demás recordarlo - al menos dos ex presidentes de la República, en las últimas décadas, suscribían la inutilidad del arte, de la literatura en concreto, al burlarse el uno de su contrincante electoral porque escribía libros, mientras el otro confesaba que nunca había leído una novela...

Tratándose de los artistas plásticos, la leyenda de la extravagancia y el aislamiento se ha ensañado con los grabadores, quizás porque ellos mismo se proclaman, a menudo, como los últimos alquimistas; quizás por el halo de misterio que emana de sus talleres, una especie de laboratorios, con algo de cocina antigua y hasta de mazmorra medieval, sala de torturas incluida. Son escenarios que recuerdan mucho a las afamadas Prisiones de Piranesi, uno de los más insignes artífices del oficio: las prensas con sus frías planchas de acero y los volantes de los tórculos como timones de barco, las acampanadas "sorbonas" que aspiran los ácidos con que se corroe el metal, las macizas piedras litográficas, los afilados buriles y las curvadas gubias, las cámaras oscuras para el fotograbado, los mesones entintados por todos los lados hasta borrar la madera, las cuerdas donde cuelgan para el secado las hojas de papel.

Una historia local

La historia del grabado en el Ecuador ha atravesado por altibajos y laberintos, como corresponde a un arte que demanda de los oficiantes una entrega rayana con la fe, y de los seguidores, enorme constancia y espíritu observador y fino. Hubo una larga temporada en que parecía que el único grabador en ejercicio era Galo Galecio, sin duda, una figura sobresaliente en todo el ámbito latinoamericano. Con la apertura de la Facultad de Artes en la Universidad Central (1968), que desde el comienzo incluyó la especialización en grabado, el panorama comenzó a cambiar, sobre todo cuando se incorporaron a la planta docente profesionales de la talla del iraquí Faik Husein y el ruso-ecuatoriano Nicolás Svistoonoff. Año a año fueron apareciendo nuevos nombres que revitalizaron la disciplina y captaron la atención del público, asunto en el que si no hay continuidad se cae en el olvido y toca retomar la prédica sobre el discreto encanto de las estampas y las impresiones.

El taller de la Casa de la Cultura desempeñó un papel importante durante cierto tiempo, pero al final se extinguió por culpa de un manido defecto nacional: la incapacidad de trabajar en colectivo, cualidad indispensable cuando se participa en un taller grupal como es el que tienen que sobrellevar los grabadores, pues queriéndolo o no deben compartir equipos que resultan prohibitivos - por costos y por espacios - para el artista aislado. La situación cambió, para mejor, con el establecimiento de la Estampería Quiteña, auspiciada por el respectivo gremio y el Municipio capitalino mas el eficiente apoyo español (cursos impartidos por maestros del oficio, exposiciones nacionales e internacionales, financiamientos oportunos). Diez años corridos y trajinados prueban el éxito que ha tenido una sagaz política de cooperación y modestia. Como en una tahona, con responsabilidad y alegría cumplen los grabadores su faena y día a día nos entregan el grabado nuestro de cada día.

Tres damas, integrantes del Taller de Cumbayá, graduadas en Artes de la Central, presentaron en la galería de la Flacso una sorprendente muestra -por la calidad y el rumbo de las obras- Gráfica (con las letras invertidas, para recordar que el mundo del grabado funciona al revés de lo habitual por exigencia de la impresión) que ha de quedar como un hito en la ya rica historia del grabado nacional. Ellas son: María Salazar, Clara Hidalgo y Elena Grijalva, por demás conocidas en el medio artístico, cada una con una amplia y fecunda trayectoria, expositoras en muchas ciudades del ancho mundo, galardonadas en más de una de estas, maestras por convicción, coincidentes en la idea de que el grabado ha dado sentido a sus vidas.


María Salazar

La primera imagen que asalta a la memoria cuando se menciona la palabra grabado es la de una superficie de papel saturada de finas líneas. En un segundo momento, se recuerdan manchas, claroscuros, a veces colores. Las posibilidades y recursos que ofrece la estampación son incontables. María ha hecho su camino por muchas de esas vías y ahora ha optado por los privilegios del espacio, cuyos poderes explota mediante el contraste del vacío con unos trazos firmes y espontáneos que recuerdan los dibujos infantiles. Las escenas son las de todos los días de una guerrera que tiene que batirse en diferentes frentes: el de la esposa, la madre, la profesora, la artista. La elección de la brevedad implica un homenaje al tiempo que todo lo tiraniza y a la exigencia del ojo contemporáneo, acostumbrado a captar al instante los sentidos y significados de las imágenes. Así consigue derrotar al tiempo y tornar poéticos a los personajes.

Nada reacia a la experimentación que es capaz de olvidarse los antaño sagrados cánones de la técnica ortodoxa, armada de aguja e hilo, emprende las labores de costura en delgadas láminas de cartulina negra. Puntada a puntada repite el memorioso ritual de la vida hogareña, creando una entrañable y lírica metáfora de la rutina cotidiana, con pespuntes de ternura y cariño. Pero el afán de averiguar qué más se puede hacer con los sencillos elementos que tiene a mano le llevan a dar un salto hacia las tres dimensiones y el volumen. Volúmenes frágiles hechos con delicados papeles – algunos estampados –

Translúcidos y cosidos al desgaire, recrean una utilería culinaria que no excluye ningún implemento ni utensilio. Reunidos conforman una instalación que hace pensar que, en realidad, “todo vale”, que todo vale cuando la idea y la ejecución se confabulan con acierto.




Clara Hidalgo

El referente de la niñez hermana a Clara con María, su compañera de banca en la Universidad y en el taller profesional. Plena de seguridad en el manejo de la línea y la composición, heterodoxa también en cuanto a la facilidad que tiene para abandonar los formatos y límites habituales, incursiona en la juguetería de papel con la misma desenvoltura con que maneja la xilografía o el aguafuerte. Con ambas técnicas, lo mismo que con los monotipos, las aguadas, los collages o la impresión digital, ha tenido muchas satisfacciones y reconocimientos incluyendo uno muy singular: la elaboración de una estampilla para los Correos del Ecuador, con motivo de los cuatrocientos años de la novela epónima de la lengua, Don Quijote de la Mancha.

La casa de muñecas es el juguete tópico y típico con que se educa, para bien y para mal, a las niñas en sus futuras obligaciones domésticas. Pero amoblar la casita no siempre es un juego inocente, aunque sí entretenido, al menos cuando lo hace Clarita colocando, como dice, “cada bicho en su nicho”. Son pequeños grabados que representan pequeños insectos, que ubica en pequeños cubículos reales, es decir, tridimensionales. El efecto tiene algo de kafkiano pero ante todo de pueril, deliciosamente pueril.

“Las tijeras son mi instrumento favorito”, confiesa para reiterar su pasión por el papel, el recorte y… el grabado. La experimentada habilidad que despliega en sus minuciosas elaboraciones, puesta a disposición de una original mueblería, le ha permitido montar con cartón corrugado salas de recibo donde dialogan sillas antropomórficas, que ostentan rasgos de improntas xilográficas ante mesas donde yacen matamoscas que ya han cumplido su cometido. La mosca, por supuesto, no es una mosca: es un grabado que representa a una mosca, como habría insinuado Magritte.




Elena Grijalva


De este trío de entrañables amigas, la más alejada de las denotaciones figurativas en su obra es Elena. Las aguafuertes y aguatintas que exhibe son ejercicios abstractos sobre la confrontación perpetua de la luz y la sombra. La máxima concesión que hace a la realidad son unas difusas imágenes de semillas, cuyas formas hay que dilucidar con cuidado porque por naturaleza tienen formas abstractas. Las reducidas dimensiones de los grabados, la geometría curvilínea de los trazos, la densa oscuridad de las impresiones, apenas alumbradas por uno que otro relumbre de claridad, poco o nada previenen sobre los verdaderos arrestos de la artista.

Solo se los descubre en la inmensa tela que cuelga del techo de la sala. Con todo el esplendor de sus 11metros de largo por 2,40 de alto, ondula perezosa con la evanescencia de una nube que dudara entre apartarse o seguir arrebañada en su hato vaporoso. Poco a poco se dejan ver, unas por aquí, otras por allá, como jirones semitransparentes, las semillas, casi ocultas por rasgos amorfos obtenidos mediante la estampación con placas de acetato.

Lo común y corriente es imprimir sobre papel, que de suyo es opaco. Lo novedoso es lo que ha hecho Elena, imprimir sobre una superficie translúcida como es la del tejido, que no tiene ni haz ni envés, pues ambos lados son lo uno y lo otro. Y, entonces, con la misma suavidad con que flamea, la gran sábana nos lleva de la mano al interrogatorio de siempre: ¿para qué sirve el arte?, y a la respuesta consecuente: para nada, excepto para que los sueños se hagan realidad.



(Fotografías: Mateo Barriga)

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